Decíamos anteriormente ¿Por qué yo? ¿Por qué tú? Tal vez debamos iniciar esta reflexión desprendiéndonos del nombre propio. Pero ya regresaremos a este punto. De momento, resulta más fácil referirnos al ámbito de lo abstracto, al término genérico, a lo que nos toca sólo parcialmente, como un copo de nieve temprana que no llega a cuajar. Entonces, ¿Por qué nosotros? ¿Acaso tenemos algo que decir quienes somos considerados educadores de la fisioterapia sobre temas tan aparentemente lejanos como el medioambiente, la justicia climática o la salud planetaria? Probablemente tengamos poco que decir. Tan poco como nuestros colegas de las ciencias naturales, sociales, humanas y artísticas. Tanto como cualquiera de los anteriores.
Quien educa no es ajeno a su propia historia personal, al tiempo en que vive y que ha heredado, a las ideas que invaden sus espacios cotidianos como transeúntes en busca de un cuarto en el que pasar la noche. Por ello, cabe recordar que en las últimas décadas hemos asistido de forma más activa o más pasiva al declive de nuestro propio espacio vital, al incremento de la contaminación, a la fragmentación suicida de los ecosistemas naturales. Se han hecho más visibles las situaciones de injusticia que el ser humano ha llevado consigo desde el inicio de los tiempos, donde la dominación del mundo salvaje era en esencia el precio a pagar por la supervivencia humana. Sí, las últimas décadas han sido y serán, cruciales para nuestro devenir. Son el germen de la inequidad que está por llegar, la excusa perfecta, la ola gigante únicamente recordada por quien teme al mar.
En este espacio temporal, las universidades han crecido, se han multiplicado, y el “nosotros” se ha hecho tan extenso que, si metafóricamente se incendiaran todas las universidades del mundo, nuestro planeta brillaría como una estrella fugaz que se aleja hacia el infinito. Porque, después de todo, así es ahora la educación: frugal y fugaz. Ya no se graban los mensajes en la piedra, ya no arrancamos el corazón de la planta para servirnos de su fibra y doblegarla bajo el peso de las planchas calcográficas. Las ideas ya no pueden reposar tranquilas bajo la sombra de un árbol. Ahora se digieren a sí mismas con los jugos gástricos de la retórica previo pago, sufren la metamorfosis que excreta acciones estériles y convierte en fundidores de imprentas pretéritas a todo aquél que ose enseñar. Son los tiempos en que asentamos los escritos y las imágenes en trozos de metales retro-iluminados, tan pulidos, tan brillantes, tan lejanos de la mina de la que fueron arrancadas sus vibrantes partículas. Desde estas pantallas podemos contemplar un mundo limpio de cualquier mancha, como las playas turquesas que ocultan plásticas miradas.
Berta Paz Lourido
Directora de la Unidad de Innovación en desarrollo sostenible, salud y justicia global mediante aprendizaje-servicio. Universidad de las Illes Balears
Berta is Associate Professor in physiotherapy and teaches community physiotherapy, urban planning, environment and public health. In the last years, Berta has specialized in Service-Learning and is leading its development at the European and Spanish levels, such as president of the Spanish Association and vice-president of the European Association of Service-Learning in Higher Education, among others.
Entonces, ¿qué nueva universidad se requiere para incorporar estas urgencias educativas en las estructuras fosilizadas en las que con frecuencia nuestras clases tienen lugar? ¿Se debe instigar una educación en fisioterapia más valiente, transgresora? ¿Una educación intempestiva donde los días plácidos sólo aparecen cuando amaina la tormenta? Porque no nos engañemos. Son cuestiones tan apremiantes, tan inmensas en su abordaje, que el desánimo en el fondo de ojo de nuestros estudiantes parece avanzar a codazos hasta ubicarse en el primer lugar de un rostro atónito. Sin embargo, cabe recordar que esos ojos fueron también los nuestros, propietarios de una mirada cuestionadora que nos llevó a plantearnos si otra humanidad era todavía posible, si otra fisioterapia tenía algún sentido teórico o práctico. Sí, las personas que habitan interrumpidamente nuestras aulas poseen la insolencia necesaria para desgranar los dilemas que se plantean en términos de justicia global. Muchos atesoran, además, el arrojo imprescindible para iniciar esos sutiles cambios para los cuales algunos de nosotros nos sentimos ciertamente doblegados por el cansancio. Nuestros estudiantes pueden sacar de sus entrañas la llama que dinamitará para siembre las recetas milagrosas de la causa y efecto parida en los laboratorios. A esas simulaciones de cuadrada norma que llevan a nuestros egresados (no pocas veces) a la frustración, a buscar en nombres alternativos a fisioterapeuta un sosiego ficticio, irreal y tal vez, cobarde.
Volvamos ahora a los nombres propios. ¿Qué hacer? ¿Debemos ponernos a un lado? ¿Ceder la batuta a quienes han de relevarnos en este camino para el que cualquier vida humana singular es demasiado breve? ¿Cuál será mi rol? ¿El del dar consejos desteñidos del ego personal, de añoranza histórica por tiempos que, en verdad (para que engañarnos) tampoco eran mejores? ¿O debo seguir poniendo en práctica el entusiasmo infantil de sentirme viva, agradecida con la oportunidad de habitar el mundo y a mi misma, impulsada por la flecha bicéfala que encarna un propósito vital al encuentro de la diana de múltiples círculos, del entorno compartido, de la dignidad personal? ¿Qué se requiere de mi? Desde luego no se me solicita salvar el mundo, pues el mundo no requiere salvación alguna, sólo mesura, respeto, sencillez y capacidad de escucha. Nuestro planeta se rige por las inconmensurables leyes naturales y comparado con ellas, cualquier ley humana se antoja, cuando menos, ridícula. Se requiere honestidad para navegar las aguas de la incertidumbre, optimismo para transformar la apatía en posibilidad y una formación excelente con criterios de humanismo granítico. No es el qué. Es el cómo. Cómo he de ser docente en estos tiempos que en nada se parecen a los de ayer y que, sin embargo, comparten la misma raíz. El “cómo” de la acción y del activismo en lo social y lo personal, porque la educación no es un acto banal, fortuito ni casual.
Es verdad, no todo vale. Dicen que es necesario imprimir nuestras aulas del ejercicio consciente de la solidaridad silenciosa, de la bondad sin artificios, del bien común y del amor propio, del trabajo comunitario, de los valores éticos, del amor a un planeta cada día menos blanco, menos verde y menos azul. Aún así, son tiempos de reencuentro y de entusiasmo. De utopías alineadas con proyectos educativos serios, con implicaciones reales para una comunidad universitaria que aspira a algo más que el mérito individual, el alago fácil, el ranking institucional que nos mira por encima del hombro instantes antes de adentrarse en el abismo.
La fisioterapia medioambiental o lo ambiental en la fisioterapia requiere una crítica sustancial en el “nosotros”. Una fe invernal en el “ellos”. ¿Puedes tú asumir este reto? ¿Podré yo?